Cuando conocí la Biodanza, y el principio biocéntrico sentí que podía verme reflejada en esa manera de ver la vida. Encontré una narrativa, unas palabras que hablan de mí, de cómo siento la vida.
“Patri, tú no paras, ¿cómo lo haces?’”, “¿No te puedes estar quieta?”
No.
Bueno, a veces sí, a veces tengo ganas de parar y me regalo quietud. Entonces vivo la tranquilidad sin culpa, serena. Pero mi fuerza vital se renueva cuanto más la uso.
Hay un fin último en todo lo que hacemos. En general está tan oculto que lo desconocemos, pero ese motor hace de fuerza, centrífuga, centrípeta o la que sea. Y no cansa, suma. Y no tiene una sola forma, sino miles. Porque esa es la bio-danza: la vida danzando dentro y a través de nuestro ser.
Quienes tenemos la fortuna de sentirla y echarle cuenta avanzamos con el viento en popa hacia horizontes soñados y descubrimos otros en el viaje.
Para mí no fue de un día para el otro,
me he peleado mucho con mi propio torbellino, esta furia creativa alocada, amante debocada y golosa en exceso. Este no parar de beber la vida a borbotones, acariciar, morder y sumergirme me ha llevado a risas, llantos y naufragios que muchos barcos no resistirían. Más puedo levantarme y seguir porque siempre hay también alguna ayuda, porque las relaciones que cosecho son genuinas, conmigo sabes lo que hay y si te gusta te quedas. Si quieres una ración pequeña vienes de visita, coges un trocito y sigues viaje o te alejas con pavura. De algo estoy segura, quienes me quieren es por quien soy, no hay dobleces. Toleran mi vehemencia, aprovechan mi fuego y lo alimentan.
Sí, hoy estoy muy feliz. Muy, en general es así, mi vida la siento muy.
Lo que pasa es que a mi volcán de colores le cuesta cruzarse de brazos cuando ve las ataduras ajenas, quienes no tienen idea de su propia belleza y para mí es tan claramente visible. Es mi mayor pasión: esa luz maravillosa que todas las personas tienen. Hacia allí voy, en cada sesión de biodanza, clase de teatro o curso que imparta. Y veo que hay quienes pelean con su propia verdad, la viven como una locura, rareza, problema. Pero es única, de cada quien y es imborrable, por más que intenten negarla y se paren a la hora de dejarla salir.
Hay tres grandes razones que las personas que participan de mis clases de biodanza o los cursos de teatro me van contando que detienen la expresión de su ser con libertad:
El miedo a decepcionar a sus padres: nuestros antepasados vivieron otra época, quieren lo mejor para nuestras vidas, con sus parámetros, los de su tiempo, los de su manera de ver el mundo. Es normal que, muchas veces, no nos comprendan, pero mira la historia. Cuando Elvis cantó por primera vez y la juventud sacudió la pelvis para las personas adultas parecía el fin del mundo.
Mirar este siglo con las gafas del anterior nos dejará con la vista muy borrosa. Mirar al siglo pasado con todo lo aprendido aporta memoria, lucidez y sabiduría.
El miedo a tomar sus propias decisiones: obviamente ligado al miedo a ser responsables. Si las cosas no salen como quisieran es más fácil decir “es que la gente quiere…” “la gente dice…” Pero si tú decides, tú aprendes, tú puedes cambiarlo, mejorarlo y por supuesto, llevarte el premio. Vivir una experiencia no deseada para conformar a otras personas deja muy mal sabor de boca.
¿Alguna vez te has preguntado cuando dices “la gente” a quién te refieres concretamente? .
Haz la prueba de ponerle cara, puede que no la tenga, o que tenga una o dos: pues has dejado tus elecciones a lo que tú sabes o imaginas que esas personas desean. Pero aun así, lo has decidido tú. Y te invito a mirar tu DNI, con cierta generosidad diré que se has superado los 21 años ya te toca estar a cargo de tu vida (aunque la vienes construyendo desde que naciste).
El miedo a fracasar: nadie te preparó para que las cosas salgan mal. Y saldrán mal. Muchísimas veces. No aprendiste a caminar a la primera vez que intentaste ponerte de pie, sin embargo aprendiste algo en cada empiece. El fracaso no es errar. El error, el fallo, es uno de los pasos que darás hasta encontrar la manera. El problema es poner el éxito en el resultado final y pretender conseguirlo en la primera. Imagina que vas a construir una casa, te pasarías noches enteras sin dormir por el fracaso de no tenerla hecha mientras cavas para poner los cimientos, pegas ladrillos, mides, corriges, vuelves a comprar material porque se te acabó, te detienes porque llueve…
El éxito es avanzar y poder aprender algo de la experiencia siempre nos acerca a la meta.
Porque cuando llegues a la meta, a la cima de la escalera, estarás en el peldaño cero de tu próximo camino, así que lo de disfrutar el camino es mucho más que filosofía, como dicen en mi tierra: es lo que hay.
Fracasar es resignarse a ser infeliz, porque la felicidad puede dar miedo, en serio. Te han preparado para sufrir o para el estallido de la euforia efímera.
Para mí la felicidad está en la coherencia conmigo, un una sesión de llanto bien despachado, en desvelarme con una idea y llenar papeles de garabatos, que esos trazos se transformen en mapas, perderme en el camino, agobiarme a veces, pedir ayuda, brindar por lo logros, abrazarme con las personas a las que amo de mil maneras, sentarme tranquila en el río a ver pasar a la gente…
La felicidad no es una fórmula obligatoria, incluye rabia, dolor, desamparo, tristeza, vulnerabilidad, alegría, cosquilleos, inquietud, plenitud, éxtasis, desorientación, lucha, olores, sabores, tactos, sonidos y coraje, muchísimo coraje. Emociones que las músicas de biodanza, los ejercicios de teatro, las vivencias en grupo te ayudan a recordar.
Para mí el fracaso no es otra cosa que dejar de buscar tu manera de ser feliz. Hoy y siempre te deseo: que tu felicidad no se rinda. Y si te faltan fuerzas aquí estoy.
Patricia Davis
Llevo más de 25 años trabajando con grupos, focalizada en el desarrollo tanto a nivel personal como grupal y comunitario.