La palabra que nos nombra

Nuestro nombre es una palabra asociada a nuestro ser. Pero no es la única. En general nos decimos con palabras con las que otros nos definieron. Es decir, que no son creaciones propias, ni el resultado de nuestra vivencia. En nuestras clases de teatro, vamos descubriendo cuáles son más habituales.

Usamos por ejemplo:

  • la etiqueta que nos dieron cuando estudiábamos,
  • las cosas que nos decían papá, mamá
  • motes que nos dan nuestras amistades, compis del cole, docentes

Y ¡nos lo vamos creyendo!. Hasta tal punto, que pasan a configurar nuestra propia definición de “quién soy”. Por ello, pese a que nuestro Ser es casi imposible de definir, la imagen que acabamos adoptando de nosotros/as mismas es cada vez más pequeña. 

Entre acciones y adjetivos

Porque ciertas palabras, a veces despectivas, repetidas una y otra vez, se van grabando. A veces se mezcla una acción, con un adjetivo:

  • si digo algo poco acertado, es más probable que diga “soy tonta”, a “he dicho una tontería”.
  • si cometo un error, es factible que diga “no sirvo para esto” en vez de “quiero aprender a hacerlo mejor” o, simplemente “me ha salido mal”.
  • si tropiezo, “soy torpe”, en vez de “tropecé. Etc.

Y dentro de eso, algo más duro aún: aceptamos con facilidad los calificativos negativos y con dificultad los positivos. Es más, en muchos casos, usamos con frecuencia los que refuerzan zonas oscuras y pocos los que arrojan luz. Con otras personas y con nosotras mismas. En lo que decimos y en lo que pensamos.

Este gran entrenamiento es acotado, usa pocas palabras y nuestro vocabulario se estrecha. Como la palabra configura el pensamiento, nuestro universo de imágenes va perdiendo colores, texturas y variantes.

Por eso las clases de teatro nos permiten un training creativo del vocabulario, de la imaginación. Y la diferenciación entre acción y adjetivo.

Abriendo juego

Piénsalo por un momento, venimos de muchísima historia. Si no recuerdo mal somos el resultado de 3.800 millones de años… ¡vaya!, una jartá de tiempo que la vida lleva organizándose. Y como seres humanos creo que unos 3.000 millones de años más o menos. ¿Te puedes imaginar todo lo que eso significa? Hablamos de millones de moléculas, fuerzas entrelazadas, energías, historias… y por supuesto, ¡palabras!, o lo que en este caso sería la búsqueda de palabras para definirnos. 

Y es precisamente esa búsqueda la que nos permite no negar una palabra, una etiqueta, sino indagar en ella. Es decir, en lugar de pensar “no, yo no soy azul”, cabría preguntarse, ¿qué sería ser azul? Quizás ser azul sería ser como el cielo. Y el cielo puede recordarme la libertad, el infinito, las estrellas, el Sol… “Igual yo sí puedo ser azul”. Y ¿por qué?, porque soy cielo, porque soy estrellas, porque soy parte del cosmos… ¡y sucede la magia!, porque es justo en este momento cuando empiezo a darme a mí misma palabras con las que también quiero mirarme. 

Y es de crucial importancia mirarnos con esas palabras más amables, porque las palabras tienen su propio campo magnético, su vibración Por tanto, nos dan la posibilidad de crear nuestra propia atmósfera en base a cómo nos nombramos y cómo nombramos a los demás. 

 

Manantial de palabras

Te invito a jugar un juego, darte un espacio para nutrirte. aquí te presento un ejemplo posible, practícalo y busca tus propias imágenes de inspiración. Esta no es la única manera de jugar, sólo quiero acercarte la primera. 

Un puente al ejercicio: Manantial de palabras, habla de tí.

En resumen, lo que busco con esta técnica, es que la usemos para hablar de nosotras mismas. Las imágenes las busqué en la naturaleza, de hecho son imágenes que saqué mientras caminaba, porque todo eso que hayas visto en la naturaleza, también lo eres. 

En nuestros cursos de teatro, aprendemos que la palabra acciona, en su relación con la voz. La voz que es cuerpo, que llena el espacio y que proyecta su energía para cargar de sentido al texto. Vamos cogiendo el impulso que da entender que la narración que conforma nuestra historia es parte de nuestro ser. Y crecer no es borrar el camino que nos ha traído hasta aquí. Sino apropiarnos de las herramientas para continuar esta dramaturgia con el estilo que elijamos. Imaginar para hacer posible. vivir honestamente el sueño creado. Las clases de teatro son un espacio de práctica en la tarea de hacer florecer posibilidades.

Deseo que te sirva, que la disfrutes y que puebles tu lenguaje de la riqueza que tu alma merece para ser nombrada.

Si quieres, puedes  compartir una frase final, alguna frase intermedia, alguna parte de tu búsqueda. Seguramente será un aporte para todas las personas que las leamos.