Sobre mezclas y jardines.

 

Hace poco alguien me preguntó por qué incito a mis alumnos a encontrarse con gente de otras escuelas, con otras profes, con otras disciplinas.

El alumnado que está en distintas escuelas no son los jugadores de equipos de baloncesto enfrentados como las universidades estadounidenses que vemos en las películas, son gente que está uniendo la vocación con la profesión y viviendo un camino de aprendizaje. Es imprescindible deconstruir la banalización del oficio y el narcisismo que lleva a enfrentamientos sin sentido.

 

Este enfoque nace en mi experiencia

 Me formé en distintas escuelas y disciplinas, no en una sola, por ello creo que hay un punto de fuga en cada técnica, profesión o estilo. La magia nace donde varios de ellos confluyen.

Soy una profesional formada, en primera instancia, en psicología social creada por Enrique Pichón Rivière, que tiene epistemología convergente: deviene del psicoanálisis, el surrealismo y el materialismo dialéctico. Pero  eso fue sólo el inicio:

  • También en teatro me formé en teatro. Aprendí diferentes líneas: la antropología teatral de Eugenio Barba, el método de Layton,  el  Dah teathar máscaras, el trabajo con objetos, con cuentos, dramaturgia y un largo etc.
  • Empecé con match de improvisación que mezcla de teatro y deporte, para seguir con dramaturgia, status, formatos…
  • Descubrí el teatro espontáneo que es una cruza entre lo artístico y lo terapéutico,
  • Indagué en varias disciplinas de humor, como el clown, la comedia física y el stand up comedy.
  • Me enamoré de la Biodanza. Esta disciplina, gestada por  Rolando Toro Araneda, nace  en un entramado múltiple que abarca desde la biología, fisiología, psicología, mitología, análisis del movimiento humano, semántica musical y una larga lista de aportes. Y soy facilitadora.
  • Además investigo sobre  desarrollo creativo desde hace más de 20 años.

 

No elegí dedicar toda mi vida a una sola disciplina, ni a una sola técnica. Porque necesité que mi camino se nutriera de muchas fuentes. ¿Qué aprendí?

Que el punto de encuentro entre lo diverso hace al nacimiento de la riqueza. Un abono fértil para las clases de teatro.

 

Mirando lo teatral

Mi mirada está firmemente opuesta al teatro elitista, que descarta a quien no sirva a una búsqueda estética desprovista de verdad, de humanidad.

Creo en el teatro que se transforma en altavoz de los sentires de la gente, que abre caminos a la exploración de lo intangible, que no busca explicar, sino explorar.

El teatro es un atravesamiento de lo interno y lo externo que nos desnuda y nos llena de emociones, de pavor a veces frente al propio desnudo, de éxtasis al arder en arte, de pasión en el encuentro, de incertidumbre en la búsqueda que no da frutos.

Una locura encendida por lo vivo, la propia historia, el encuentro, el abrazo, las sensaciones contradictorias, el querer avanzar y el miedo a dejar atrás el puerto conocido. La red que sostiene que es el grupo, el vértigo del salto interno, lo sublime de un hallazgo devenido nacimiento de posibilidades.

En el teatro caben todas las artes, porque  no es otra cosa que crear un mundo para ser mirado. Todas las inteligencias, todas las capacidades pueden nutrir la obra y aquí cada ser tiene un lugar o más donde brillar. Las clases de teatro son un camino de descubrimiento de esas luces.

 

¿Por qué enseñar teatro?

Enseñar teatro, o enseñar desde el teatro. Una clase de teatro es un laboratorio de humanidad. Un lugar protegido donde indagar, explorar, descubrir y equivocarse. En tiempos de “tú puedes”, de la felicidad entendida como alegría y negación de toda otra emoción, la clase de teatro es un alambique de emociones.

Propongo un camino que va en espiral uniendo el dentro y el fuera, quien soy y quien puedo ser con otras personas, la creación individual y la grupal. Vivenciar el vínculo desde el juego y la creación para descubrir lo posible que antes desconocíamos, gracias a la interacción.

Desde la escucha, la integración del propio cuerpo en el movimiento, luego de éste a la enterrada emoción, las sensaciones emergentes, la palabra sentida, la abundancia del caos fértil, la aventura del nuevo orden. Todas las partes de quienes somos puestas en juego, jugadas, no juzgadas,  sin Z.  Nutridas por otras partes. La clase de teatro es un espacio de compartirse, contaminarse, nutrirse,

La creación surge de la verdad. Una clase de teatro está llena de desafíos, para mí y para el alumnado. El primero: crear el grupo que sostenga el proceso de reencontrase con el placer de aprender.

Darse el permiso

La educación reglada nos deja la marca de estudiar para aprobar y aprobar para evitar un castigo. Por ello invito a experimentar la búsqueda de la curiosidad, rehabilitar el deseo. No hay teatro sin deseo. En cada clase de teatro salimos buscamos reencontrarnos con el propio deseo de aprender.

Desde el fondo del fondo del corazón germina la propia voz, la olvidada, la silenciada. Esa a la que se le pusieron encima las palabras que otros querían oír. Un “doblaje” nacido de la necesidad impostergable y humana de pertenecer. Querer ser parte de. Que suele transformarse en “encajar”, ser quien no soy para poder estar allí. Hace poco leí en alguna red social (no recuerdo de quién) “lo que me enseñó el tetris es que encajar es desaparecer”. Encajar no es pertenecer.

Encajar es tomar la forma que necesito tener para que me den un sitio. Pertenecer es ser quien soy y ocupar mi lugar con quienes así me quieren, se nutren y me nutren.

Y en las clases de teatro aprendemos a escuchar ese “quién soy”, porque somos la materia prima de todo personaje, instrumento sonoro de nuestra creación.

A partir de allí nacen las obras, poco a poco miramos hacia adentro con el apoyo del afuera y ambas partes se transforman. Y nace el teatro del SOY, que no es lo mismo que el “COMO SI”.

Y desde quienes somos podemos mezclarnos, haciendo brotar un jardín de múltiples colores, que se hace posible por la florecida identidad de cada participante.